Solipsismo
– No oigo nada, ni el zumbido que se oye cuando no se oye nada.
No veo nada, ni esas luminiscencias que se ven cuando no se ve nada.
Mi mundo, admito ya sin esperanza, es ahora oscuridad y silencio. No hay otra cosa más que las palabras de mi solitario pensamiento. Me digo a mi mismo que no hay otra cosa, que no hay más nada…
Me hablo a mi mismo sin oírme.
Pienso en que habrá ocurrido para llegar hasta aquí, recuerdo que pedí un vermut tumbado en la hamaca, recuerdo la voz del camarero, y recuerdo como fui poco a poco desconectando del mundo sensitivo… ¿habré caído en un profundo coma? Imagino entonces el revuelo que en el hotel habrá en estos momentos en torno a mi cuerpo en bañador tendido en la hamaca. Quizás estén ahora intentando reanimarme mientras yo permanezco tan lejos de sentir nada. Imagino la ambulancia y mi cuerpo inerte de un lado para otro.
¿Y si he muerto? Quizás este silencio y esta nada, con mi pensamiento flotando en ella, sea lo que permanece después de la muerte. Vaya fraude, sin túnel con luz al final, sin San Pedro, sin extraterrestres ni mundos nuevos iridiscentes con nuevos colores y formas por donde mi alma vuele alucinada. Quizás haya sufrido un derrame cerebral y sin darme cuenta haya entrado en este imprevisto y más bien modesto reino de Hades. Me horroriza pensar en cuanto tiempo durara esto… si ya he muerto esto debe ser la eternidad. Esa idea es inaceptable, siento la locura golpear mis ordenados pensamientos en cuanto aparece, no puedo tener presente esa posibilidad. Prefiero mantener la hipótesis de que he caído en un coma, al menos el coma tiene un fin: o bien vuelvo al mundo, o bien la muerte me espera, pero en cualquiera de estos casos esta soledad cósmica en la que me encuentro tendría un final.
¿Y si estoy soñando?
Yo y mi pensamiento, mi pensamiento y yo.-
El tiempo pasaba sin medida ninguna, al principio yo hacia una estimación por las cosas en que pensaba, pero pronto la posibilidad de medir el tiempo desapareció, y el propio tiempo, al carecer de medición y de interés, puesto que no ocurría nada, paso a un segundo plano, hasta prácticamente desaparecer, quedando solo la constancia de que existía porque mis pensamientos se desenvolvían en él, o eso pensaba yo basándome en una lógica espacio-tiempo, a la que permanecía amarrado como a una cuerda salva-vidas. –Si no hay espacio, ¿que es el tiempo? – me decía. Y me explicaba a mi mismo que el tiempo transcurría porque estaba pensando, y si pienso, es porque mi pensamiento se da en el tiempo.
Además de mi pensamiento y yo – concluí- también hay tiempo.
Recordé con angustia la desconexión de la computadora inteligente HAL 9000 en 2001, cantando cada vez más despacio la canción de Daisy, hasta quedar finalmente desconectada.
Mi voz interior reinaba en el mundo, todo era ella, todo era yo… ¿y qué era yo? yo era esto: una maquina de razonar que, aislada del mundo objetivo, se dedicaba a pensar sin rumbo ni meta, y a recordar cada vez con más dificultad ese mundo sensible que había dejado atrás.
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La nada me anonada