‘L’écriture de soi’ y Michel de Montaigne
“Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Sólo hay un medio. Entre en sí mismo. Investigue el fundamento de lo que Ud. llama escribir; compruebe si está enraizado en lo más profundo de su corazón; confiésese a sí mismo si se moriría irremisiblemente en el caso de que le impidieran escribir. Sobre todo, pregúntese en la hora más callada de su noche: ¿Debo escribir?” [1]
MONTAIGNE Y LA ESCRITURA DE SÍ
En la cultura grecorromana que hereda Montaigne, el conocimiento de sí se presentó como la consecuencia del cuidado de sí. En el mundo moderno, el conocimiento de sí constituye el principio fundamental, ya que se insiste en el ‘conócete a ti mismo’ en detrimento del ‘ocúpate de ti mismo’. Como diría Zambrano, la filosofía moderna pretende transformar la verdad, no la vida. Los Ensayos de Montaigne parece que surgieron a raíz de la muerte de su gran amigo el poeta y humanista Etienne de La Boétie. Éste muere de disentería a los 33 años de edad, en 1563. Michel siente entonces la pérdida profundamente, y se queda sin interlocutor: Dice Zambrano que el lenguaje, aún el más irracional, nace ante un posible oyente que lo recoja[2]. Será por esto que ahora el libro venga a sustituir al interlocutor por antonomasia, hasta convertirse como hemos visto en el reflejo más fiel de Montaigne, que tratará de hallarse a si mismo gracias a la práctica enunciativa. Imaginemos a un Montaigne solo, en su torre de Périgord, delante del papel blanco que supondría el inicio de sus Essays, e imaginémonos a un Nietzsche describiendo ese crucial momento:
Y yo aquí estremeciéndome balbuceo canto tras canto
y me convulsiono en rítmicas figuras:
fluye la tinta, salpica la pluma afilada,
¡oh diosa, déjame-déjame hacer mi voluntad![3]
La desesperación es ya una queja, es la preconfesión a una primera confesión, pues es la queja vencida por la confesión misma, que es así revelación de la vida. Hay entonces siempre una voluntad y la esperanza de un oyente, pues como dice Zambrano, hasta el simple ¡ay! cuenta con un interlocutor posible. Supera entonces Montaigne ese comienzo desesperado y huída de sí, y sin empezar a escribir, ya está escribiendo: lo importante de que confiese no es que sea visto, sino que se ha ofrecido a la vista del otro. Es la acción de salir al encuentro el motor de su escritura de sí. Y el apremio que la presencia de otro ejerce en el orden de la conducta, lo ejercerá la escritura en el orden de los movimientos del alma.
Montaigne intenta pintarse a sí mismo en sus Ensayos, que vienen a ser un autorretrato de sí mismo. Utiliza la escritura como epimeleîsthai sautoû, lo cual fundamenta el arte de vivir. Su estoicismo le hizo entender seguramente la escritura de sus Essays como ascesis, como dominio de sí. Es por esto que el objetivo final no es preparar al individuo para otra realidad, sino permitirle acceder a la realidad de este mundo, sentir la sorpresa respecto de lo familiar, siguiendo así Montaigne el giro humanista que analizábamos en la introducción[4]. Es la actividad del “paraskeuázo” (prepararse). El ensayo hay que entenderlo como prueba modificadora de sí mismo en el juego de la verdad y no como apropiación simplificadora de algún otro (autrui) con fines de comunicación. Essayer significa ensayar, probar, pero también intentar, esforzarse, ejercitarse.
Ahora bien, ¿qué es ese sí del que hay que ocuparse? ¿en qué consiste ese cuidado? ¿qué es el sí? ¿quién es Montaigne? En el cuidado de sí socrático, que se extenderá a epicúreos y estoicos, el sí no son las posesiones, está en un principio que no pertenece al cuerpo, sino a alma. Pero el cuidado de sí es cuidado de la actividad y no cuidado del alma en tanto que sustancia.
Mediante su discurso, Montaigne enuncia su identidad, asumiendo la diferencia y la contradicción: Condición mudable que le impide una visión definida de si mismo, mezcla en sus textos su voluntad de llevar hasta el final el proceso de la escritura y al mismo tiempo la conciencia de vanidad que en sí conlleva la empresa abordada, la escritura esta definida por la lógica de una búsqueda que no tiene visos de acabar. Nos dice:
“Soy el narrador de mi vida, no el autor de mi relato”
¿Y quién es entonces el autor de su relato? Vemos en Montaigne el renacimiento del problema de la ipseidad. Experimenta su yo como algo inestable en grado sumo que está sometido del mismo modo a los propios estados de humor y de ánimo como a lo que le invade desde fuera. Así no es capaz de constatar su objeto, no le queda otra vía que presentarlo en su mutabilidad y sus contradicciones, tal como se le aparece en el instante:
“Yo no puedo fijar mi objeto; se mueve confuso y renqueante, en una ebriedad natural. Lo agarro en algún lugar, tal como es en el preciso instante en el que me ocupo de él”
(III, 2 Del arrepentimiento)
Montaigne describe tanto la inestabilidad de sí mismo que resulta difícil imaginarse como él se vivencia a sí mismo como yo idéntico. Su colega de La Boëtie escribió estos versos que figuran en una composición dedicada a Margarita de Carle, y que parecen reflejar el pensamiento de los dos colegas:
Ainsi veoid on, en un ruisseau coulant,
sans fin l’une eau aprez l’altre roulant;
et tout le reng, d’un eternel conduict,
l’une suyt l’aultre, et l’une l’aultre fuyt.
par cetle cy celle la est poulsee,
et cette cy par l’aultre est devancee,
tousjours l’eau va dans l’eau; et tousjours est ce
mesme ruisseau, et tousjours eau diverse.[5]
Hegel anotó en la Fenomenología del Espíritu que el escéptico no posee un yo débil, sino uno fuerte: “La autoconciencia escéptica experimenta, pues, en el cambio de todo aquello que quiere asegurar para ella, su propia libertad como dada y mantenida por ella misma; ella es para sí esta ataraxia del pensarse a sí misma, la certeza inmutable y verdadera de sí misma”: Únicamente a sí misma debe la conciencia su fortaleza y su autocerteza. Montaigne autoafirma su yo escéptico. A diferencia de San Agustín, Montaigne representa a un hombre común, a ningún elegido. Se retira de la vida activa para ocuparse de sí mismo, y ciertamente tanto de sus pensamientos y estados de sensación como de su cuerpo: “Je m’estudie plus qu’autre sujet. C’est ma metaphisique, c’est ma phisique” (III, 13. De la Experiencia ; p. 1072):
Cualquiera que sea, pues, el fruto que de la experiencia podamos alcanzar, apenas servirá gran cosa a nuestro régimen el que sacamos de los ejemplos extraños, si tan mal utilizamos el que de nosotros mismos tenemos, el cual nos es más familiar y en verdad capaz de instruirnos en lo que nos precisa. Yo me estudio más que ningún otro asunto: soy mi física y mi metafísica.
Su vida no tiene ninguna estructura prediseñada por la intervención de Dios, es la existencia de una criatura, sometida a enfermedades y al proceso de envejecimiento. La mirada sobre el modo en que viven los hombres y él mismo le enseña a Montaigne ante todo una cosa: inestabilidad: “la naturelle instabilité de nos meurs et opinions” (II, 1. De la inconstancia de nuestras acciones; p.332):
Puede haber asomo de razón en juzgar a un hombre por los más comunes rasgos de su vida, pero en atención a la natural instabilidad de nuestras costumbres e ideas, entiendo que hasta los buenos autores hacen mal obstinándose en formar del hombre una contextura(manera de ser) sólida y constante: eligen un principio general,(una manera de ser universal) y de acuerdo con él ordenan o interpretan las acciones, y si no logran acomodarlas a la idea preconcebida, toman el partido de disimular las que no entran en su patrón.[6]
Pero hemos dicho que Montaigne se pregunta por el qué hay de objetivado en mí, por lo que puedo sobre mí. Y aquí parece que llegamos al límite del sujeto, al pliegue que Foucault distingue entre el pensamiento de dentro y el pensamiento del afuera. Para intentar superar las fuerzas subjetivadoras, para conseguir esa desterritorialización deleuziana, Foucault propone las técnicas de sí, el cuidado de sí para recrearse y refundarse en una libertad que es siempre recreación de sí. Pero, si como afirma Foucault, el ser del lenguaje no aparece por sí mismo más que en la desaparición del sujeto[7], ¿desde dónde decidimos esa libertad de recreación permanente? ¿Dónde está el sujeto en el momento de la decisión? [8]
Infatigable, Montaigne reúne ejemplos de los que se deduce que los hombres no actúan consecuentemente según un principio reconocido como bueno, sino condicionados por la situación, bajo la influencia de sucesos u ocurrencias azarosos: “le vent des occasions nous emporte”:
Nuestra ordinaria manera de vivir consiste en ir tras las inclinaciones de nuestros instintos; a derecha e izquierda, arriba y abajo, conforme las ocasiones se nos presentan. No pensamos lo que queremos, sino en el instante en que lo queremos, y experimentamos los mismos cambios que el animal que toma el color del lugar en que se le coloca. Lo que en este momento nos proponemos, olvidámoslo en seguida; luego volvemos sobre nuestros pasos, y todo se reduce a movimiento e inconstancia.
Parece que uno se ve solo ante la capacidad de decidir[9]. Cuando se toma conciencia del hacerse a uno mismo ante la decisión, es entonces cuando surge el vértigo y el precipicio en uno mismo, pues ser para sí es un estar volcado fuera, en proyección continuada. Foucault trata de mostrar cómo lo Otro, lo Lejano, también es lo más próximo y lo mismo:
En el redoblamiento yo no estoy en el exterior, encuentro lo otro en mí (“)[10]
Será entonces, como dicen Deleuze y Foucault, que el pensamiento es ese loco que camina por el más abierto de los caminos:
A lo largo de toda su obra, Foucault parece estar obsesionado por ese tema de un adentro que sólo sería el pliegue del afuera, como si el navío fuese un pliegue del mar. A propósito del loco abandonado en su nave, en el Renacimiento, Foucault decía: “se lo ha puesto en el interior del exterior, e inversamente… prisionero en medio del más libre, del más abierto de los caminos, sólidamente encadenado a la infinita encrucijada, es el Pasajero por excelencia, es decir, el prisionero de la travesía”. El ser del pensamiento es ese loco.[11]
Y quizás entonces, como diría Heidegger y como repite la actual filosofía de la Gestalt, locura y libertad puedan descubrirse ambas como esencia de la verdad:
“Libertad es compromiso con el desvelamiento del ente en cuanto tal” y “La esencia de la verdad se descubre como libertad”.[12]
Pues el hombre no es ningún todo, sino que está compuesto de partes e instantes, cada uno de los cuales conserva su autonomía frente a todos los demás: “nous sommes tous de lopins, et d’une contexture si informe et diverse, que chaque piece, chaque moment, faict son jeu”, dirá Montaigne, que no somos más que seres fragmentarios de una contextura tan informe y diversa, que cada pieza de las que nos forman, y cada momento de nuestra vida, hacen un juego distinto (cada pieza a cada momento juega su papel), y se encuentra diferencia tan grande entre nosotros y nosotros mismos, (entre uno y uno mismo) como la que existe entre nosotros y los demás hombres (como entre uno y los demás): Magnam rem puta, unum hominem agere[13].
Montaigne experimenta su yo como algo inestable en grado sumo que está sometido del mismo modo a los propios estados de humor y de ánimo como a lo que le invade desde fuera. Así no es capaz de constatar su objeto, no le queda otra vía que presentarlo en su mutabilidad y sus contradicciones, tal como se le aparece en el instante:
“Yo no puedo fijar mi objeto; se mueve confuso y renqueante, en una ebriedad natural. Lo agarro en algún lugar, tal como es en el preciso instante en el que me ocupo de él” (III, 2 Del arrepentimiento)
Y bajo estas fluctuaciones… ¿cómo piensa en algo así como la identidad? A pesar de esa contradictoriedad y mutabilidad de su yo en las que insiste, no nos da la impresión de toparnos con una subjetividad desgarrada que se deshace en momentos que polemizan entre sí. Al contrario, tanto el yo presentante como el yo presentado parecen tener recios perfiles y vivir absolutamente seguros en un mundo que se ha hecho inseguro.
En Del arrepentimiento nos sale al paso un yo que se experimenta, a pesar de toda capacidad de cambio, como unidad que no se convierte en problema para sí misma, muestra una arraigada certeza de sí, sobre cuyo fondo el ensayista anota sus estados de ánimo cambiantes y refleja su potencial de contradicción:
Yo no pinto el ser, pinto solamente lo transitorio; y no lo transitorio de una edad a otra, o como el pueblo dice, de siete en siete años, sino de día en día, de minuto en minuto: precisa que acomode mi historia a la hora misma en que la refiero, pues podría cambiar un momento después; y no por acaso, también intencionadamente.
Al igual que Ricoeur se enfrenta al autorretrato de Rembrandt, nosotros contemplamos también la pintura de sí que hizo Montaigne en sus Ensayos. Podemos plantearnos la misma pregunta: ¿qué me hace decir que ese rostro es el del propio Montaigne? ¿Cómo he sabido que el personaje aquí representado es el mismo que el que lo pintó?
Estudiando datos históricos entorno a Michel de Montaigne encontraremos la verificación de que efectivamente hubo un Michel de Montaigne que escribió acerca de sí mismo. Sin embargo, el acercamiento puramente estético a los Ensayos de Montaigne exige que olvidemos al autor real, de carne y hueso, y permitamos que la obra, a la que hemos dejado huérfana, se defienda por sí sola. Pero los Ensayos nos dice el autor que son una pintura de sí, exigiéndonos por lo tanto que identifiquemos al personaje representado con el que lo pintó:
“Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro”[14]
Hemos de construir su identidad pues a partir del conocimiento biográfico y el análisis literario de los Ensayos en los que se pinta a sí mismo.
Dice Ricoeur que aquí irrumpe, en la vía de la respuesta, la diferencia con Narciso, pues Narciso ama eróticamente su propia imagen en las aguas y al abrazarla, la rompe. Pero con Montaigne –Rembrandt, en el artículo de Ricoeur, por el contrario, se mantiene la distancia, ya que prefiere, sin odio o complacencia aparentes, examinarse:
“A las preguntas que se plantea sobre sí mismo, ofrece como única respuesta este cuadro que expone a nuestros ojos. Para él examinarse es pintarse en el sentido literal de la palabra”[15].
Montaigne interpretó la imagen que el tiene de sí mismo recreándola en sus Ensayos. Se pinta entonces estableciendo para nosotros, espectadores, la identidad de ambos nombres, el del escritor y el del personaje. Entre el yo, en que él mismo reflexiona, y el sí mismo, leído en los Ensayos, se insertan el arte y el acto de pintar, de pintarse.
Es inútil tratar de saber si Montaigne se describe exactamente tal y cómo era. No lo sabremos nunca.
“O, más bien, la cuestión carece de sentido: porque lo que pudo descubrir en su rostro es exactamente lo que plasmó en su retrato. A la imagen especular desaparecida sobrevive un retrato que el pintor dejó de mirar; pero que tiene para siempre el poder de mirarnos”.[16]
BIOGRAFÍA Y CONTEXTO HISTÓRICO DE MICHEL DE MONTAIGNE
(1533-1592)
La vida de Montaigne transcurre entre el Renacimiento y el Barroco, época en la que se desarrolla el manierismo. El manierismo en literatura abarca aproximadamente la producción de la misma época del manierismo en las artes plásticas.
Es una reacción frente a los ideales de claridad reposada, de equilibrio, de cristalina perfección que caracterizan a la plenitud del renacimiento. Frente al mundo seguro y diáfano imaginado por el clasicismo renacentista, el manierismo explora los campos de la expresividad; se complace en lo insólito, lo desconcertante, lo artificioso, en una búsqueda que a veces queda en mera gesticulación, pero que otras alcanzan niveles máximos de eficacia estética.
Es de una gran riqueza creadora, de reacción anteclásica y tiene conexión con las crisis sociopolíticas y espirituales de la época, considerándose el arte de la contrarreforma.
Como reacción contra la reforma protestante, la Iglesia católica intenta el remozamiento espiritual de la iglesia y la reconquista de los países y de las almas que se habían separado de Roma.
En los primeros 20 años que siguieron a la rebelión de Lutero (1517), las ideas protestantes habían ganado para la Reforma más de la mitad de Alemania y Suiza, Inglaterra y Escandinavia, y habían penetrado en Francia y en la Europa oriental; incluso en Italia y España surgieron focos de las nuevas ideas. La Iglesia no tardó en tomar medidas:
– En 1542 se restaura el Tribunal de la Inquisición.
– Entre 1545 y 1563 se desarrollan las Sesiones del Concilio de Trento.
La influencia de las ideas de Erasmo y la tolerancia ilustrada de Francisco I favorecieron la difusión de la Reforma religiosa, que desembocó en el triunfo del calvinismo. La reacción católica de los Guisa y la conjura fallida de Amboise (1560) bastaron para desencadenar el conflicto.
Montaigne escribe sus Ensayos en la época en que se precipitó en Francia la guerra religiosa entre católicos y protestantes. En 1572, el año en que Montaigne comienza a escribir sus Ensayos, es el de la Matanza de San Bartolomé. Catarina de Medici, aprovechando el apoyo de la nobleza de París, desencadenó la matanza de más de diez mil protestantes.
Montaigne era católico pero en su posición de poder ejerció siempre de mediador y pacificador entre ambos mandos, ya que desde sus principios rechazaba el dogmatismo y la intolerancia. Esto se debió muy probablemente a la libertad en que le educó su padre, quien, enemigo de conversiones forzadas, permitió a sus hijos profesar la religión que creyesen oportuna. Es por esto que dos hermanos de Michel se hicieron protestantes. Su moderación en estos asuntos de fanatismo, le llevaron a ser el asesor de Enrique lV, líder de los protestantes.
Michel de Montaigne nació en su castillo, en Périgord, a 30 millas de Bordeaux, en 1533, época en la que hemos visto como se expandían por Europa las ideas protestantes de Lutero. Montaigne pertenece a una familia de comerciantes bordeleses, de nobleza reciente, y recibe una sólida educación a través de un preceptor alemán, que sólo le hablaba en latín. Parece que fue su padre[17] quien pensó en contratar un tutor alemán que no hablase francés con el propósito de que el pequeño Michel aprendiera a hablar en latín lo antes posible. El pequeño Montaigne no tuvo pues contacto con el francés los primeros ocho años de su existencia, aprendiendo el latín como su idioma nativo. Después se le enseñó griego. Y solo cuando lo dominó plenamente, comenzó a escuchar el francés. Montaigne fue educado en el humanismo florentino renacentista, pero vive sin embargo en una Francia medieval.
Fue entonces enviado a la escuela en Bordeaux (1539-1546), en el colegio de Guyena, donde completó los doce años escolares en solo siete. Se graduó después en la Universidad, probablemente en Tolouse, con el titulo de Leyes. Utilizando contactos familiares, fue nombrado magistrado.
En 1554 sustituyó a su padre como consejero de la Cour d’aides de Périgueux, y al suprimirse ésta pasó a formar parte del parlamento de Burdeos (1557). Desempeñando este cargo tuvo ocasión de conocer al que consideraría su mejor amigo, el poeta y humanista Etienne de La Boétie.
La amistad que los unió, permitió a Michel un plano de comunicación de sus pensamientos y experiencias. El hecho de encontrar a alguien de la misma capacidad intelectual, y de similar sensibilidad e intereses, generó una amalgama espiritual entre ambos. Michel, siendo de carácter comunicativo, escribía constantes cartas a Etienne sobre los más variados tópicos. La Boétie muere de disentería a los 33 años de edad, en 1563. Michel siente la pérdida de manera extrema, y se encuentra sin interlocutor para manifestar sus ideas.
El fallecimiento de su amigo De la Boétie acerca a Montaigne a la ola del neo-estoicismo de finales del XVI y principios del XVII, ya que Etienne de La Boétie era próximo a este movimiento estoico y trataba a menudo de temas como la muerte, el dolor o la soledad. La amistad que ambos mantuvieron, semejante a la vieja filía platónica, era de tal grado que Montaigne la sitúa por encima de los altares, por encima de la verdad de fe. Esto fue por supuesto inadmitido por la Iglesia. La muerte del amigo priva a Montaigne de su alter ego, con el cual había llegado a alcanzar las más altas cotas de comunicación. Será en este momento cuando el libro venga a sustituir al interlocutor por antonomasia, hasta convertirse en el reflejo más fiel de un hombre que, con la práctica enunciativa, tratará de hallarse a si mismo mediante sus ensayos.
De la Boétie le había legado a Montaigne su biblioteca, donde éste podría revivir los diálogos con su colega leyendo en voz alta sus libros.
En 1565, su matrimonio dio a su vida una mayor estabilidad, y en 1568, al morir su padre [18], heredó la propiedad de Montaigne, circunstancia que debía permitirle vender su cargo (1570). Hasta entonces sólo había publicado, aunque sin nombre de autor, la traducción de la Teología natural de R. Sibiuda (1569); por fin, el 28 de Febrero de 1571, pudo satisfacer su deseo de retirarse a sus propiedades para consagrarse al estudio y a la meditación. Montaigne firma en una placa el retiro a la torre de su castillo, renunciando a toda vida civil, en la cual hizo figurar el famoso Memento Homo que recuerda la finitud del ser humano (Memento, homo, quid pelvis es et in pulverem reverteris). Es Montaigne quién inaugura así el espacio romántico de la escritura.
Al año siguiente, en 1572, inició la redacción de sus Ensayos (Essais), a la que dedicó la mayor parte del resto de su vida. La muerte de su amigo le había llevado a escribir para si mismo, y de ahí nacería este género literario del ensayo, escrito de manera informal y dirigido ahora a todo el público. En este año en que comienza a escribir sus Ensayos se produce, como hemos señalado, la Matanza de San Bartolomé, donde mueren miles de protestantes.
La primera edición de los Ensayos apareció en 1580, y a fines de este mismo año emprendió un largo viaje por Suiza, Alemania, Austria e Italia, y en setiembre de 1581, hallándose en Lucca, recibió una carta en que se le anunciaba que la ciudad de Burdeos le había elegido alcalde. Durante su primer mandato (1581-1583), publicó la segunda edición de los Ensayos (1582); reelegido para un segundo periodo (1583-1585), recibió, en 1584, a Enrique de Navarra, pero mantuvo cordiales relaciones con el gobernador de la Guyena, fiel a Enrique III, y gracias a su apoyo logró desbaratar las intrigas de la Liga (1585).
En este mismo año se declaró la peste en Burdeos, y Montaigne, cuyo mandato acababa de expirar, y que se hallaba fuera de la ciudad, no consideró necesario volver a ella. Al verse libre de todo compromiso, se dedicó de lleno a sus Ensayos, de los que fueron apareciendo diversas ediciones corregidas y aumentadas. En 1588 efectuó un viaje a París, donde conoció a una gran admiradora suya, la joven Mlle. de Gournay, la cual se encargó de la edición póstuma de los Ensayos (1595).
La comunicación que sostiene con Mlle. de Gournay, opaca a todas las demás. La presencia de esta joven, hizo mas maduro y fecundo el trabajo de Michel. Siendo ella una mujer intelectual, se convierte en el brazo derecho del escritor, que dice quererla como a una hija (fille d´alliance).
A la muerte Montaigne, acaecida en 1592, tanto la esposa de éste, como su familia, inician relaciones amistosas con Marie de Gournay, que se dedicó a publicar la obra literaria de Michel.
[1] Rainer Maria Rilke. Primera Carta, fechada el 17 de Febrero de 1903, de ‘Cartas a un joven poeta’. Buenos Aires. Ediciones Siglo XX (1957). Citada en Las elegías del Duino. Edición bilingüe. Visor. Madrid 2002
[2] María Zambrano. La confesión: Género literario. Editorial Mondadori, Madrid 1988
[3] Nietzsche. Poemas. Edición bilingüe.
[4] Vemos en Montaigne un rechazo de la generalización dogmática, es un sistema reflexivo y argumentativo que se basa en la pregunta constante y no en una afirmación rotunda. Opta por una docta ignorantia a través de su riqueza intelectual y espiritual, que se traduce en una lucidez tolerante, calificada por Anatole France como auténtico “espíritu de humanismo” (France, 1912:142)
[5] Así las aguas de un arroyo se deslizan sin fin, rodando unas tras otras, unidas y por modo contante; un agua sigue a la otra y ambas huyen entre sí. Ésta por aquélla es empujada, y aquella por la otra adelantada: el agua va siempre al agua, y siempre es el mismo arroyo, y siempre agua diferente.
[6] Michel de Montaigne. Ensayos. Pág. 10 Editorial Cátedra. Madrid, 1998
[7] Michel Foucault. En La experiencia del afuera, de El pensamiento del afuera. Pre-texos, Valencia, 1989
[8] Cita Montaigne a Horacio en muchas ocasiones : Ducimur, ut nervis alienis mobile lignum
Nos dejamos llevar como el autómata sigue a la cuerda que lo conduce. HORACIO, Sat., 7, 82. (N. del T.) (pg. 11)
[9] Algunas citas de esta página han sido extraídas del trabajo entregado para Pensamiento Francés Contemporáneo en Junio 2004: ‘Identidad y locura en la era de la técnica’
[10] Los pliegues del adentro del pensamiento. En Foucault, de Gilles Deleuze. Paidos Studio, Barcelona 1986 Pág 129.
[11] Ibíd.
[12] Heidegger. “De la esencia de la verdad” en “¿Qué es Metafísica? y otros ensayos” Buenos Aires, siglo XX, 1979, pág. 110
[13] “Vivid persuadido de que es bien difícil ser constantemente el mismo hombre”. SÉNECA, Epíst., 120. Gredos. Epístolas a Lucilio II pg. 388: “Juzga tú de gran mérito representar un mismo personaje. A excepción del sabio, nadie representa un mismo papel, los demás presentamos muchas caras. Unas veces te daremos la impresión de ser frugales y responsables, otras de ser pródigos e inconstantes; cambiamos en seguida de personaje y asumimos uno contrario al que hemos abandonado. Por consiguiente, exige de ti mismo conservarte hasta el final tal como has decidido mostrarte; obra de suerte que puedas ser alabado, pero si no, al menos reconocido. De alguien que viste ayer puede decirse con razón: “Éste ¿quién es?” Tan grande es su transformación.” Para los estoicos, bien y honestidad provienen del mismo origen, y su noción, según Séneca, la conseguimos por la observación y comparación con ciertas acciones que son frecuentes y nos dejan admirados. Hay quien es virtuoso sólo en algún aspecto, mas, al hombre siempre igual a sí mismo y que obra constantemente el bien, lo reconocemos como la virtud perfecta. En ésta distinguimos cuatro partes: la templanza, la fortaleza, la prudencia y la justicia. Un hombre con tal nobleza considera caduca la realidad corporal y persevera hasta el fin. En contraposición, el hombre malvado está en continua mutación.
[14] En la introducción al lector, al principio de los Ensayos.
[15] Paul Ricoeur. Sobre un autorretrato de Rembrandt. En Horizontes del relato, Época III, nº 2, 1997
[16] Paul Ricoeur. Ibíd.
[17] Su padre: Pierre Eyquem, alcalde de Bordeaux, y próspero comerciante. Fue quien recibió el sobrenombre de Montaigne, pues su abuelo adquirió el castillo de ese nombre, así como todas las tierras feudales que lo rodeaban.
Su madre descendía de la familia de judíos sefarditas españoles; ” López de Villanueva.”., misma que vivió en Aragón en el tiempo de las persecuciones de la Inquisición .
Tres miembros de su familia, incluyendo a su bisabuelo Pablo López, fueron quemados en la hoguera, por el delito de ser marranos. (Conversos que practicaban el judaísmo en secreto.) en 1491.
Estos recuerdos lo acompañaron toda su vida y frecuentemente aparecen en sus ensayos, denunciando esas injusticias.
[18] El mismo día que muere su padre, Montaigne termina la traducción del latín al francés de la obra del teólogo católico español Raymundo de Sebond, que le había encargado su padre. Más tarde prepararía un ensayo titulado “Apología a Raymundo Sebond “, uno de los más extensos y mas fundamentado filosóficamente.
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