Aullidos: #lobovivoloboprotegido
Sabado 2 de Abril.
Gardinier, Montana.
Me levanté a las cuatro y media de la mañana. Madrugar para intentar ver vida salvaje es siempre algo especial. Creo que, tratando de justificar de alguna manera el comportamiento irracional de los amantes de la caza, estos momentos en común con los matarifes son los que puedo entender que creen adicción, dejando de lado todo el intrincado psicológico de complejos de inferioridad o de otro tipo con los que a todas luces carga el cazador en su debilidad e ignorancia. ÉL trata de cubrir sus prejuicios mostrando al resto del grupo los cadáveres de sus presas, consiguiendo así el reconocimiento social del rebaño que le es negado en otros ámbitos de su vida. Nada como presumir en la oficina o en la obra mostrando la foto del cadaver de un alce de gran cornamenta, para ensalzar lo macho y salvaje y certero con el rifle que es uno en su vida privada. No digamos ya con el cadáver de un oso, práctica habitual aquí en Quebec por estas fechas, sin importar que sea la época de cría y que matar a una madre supone matar inidrectamente todos sus oseznos. Es ciertamente triste, patético, y más aún cuando uno comprueba lo relativamente sencillo que es dar con estos animales, y la nula dificultad que supondría el ejecutarlos si uno quisiese. No hay más que echar un vistazo a mi colección de fotos para comprobarlo. Si no me hubiera dado por la fotografía, podía haber montado una carnicería en lugar de una web, o tener mi casa repleta de siniestros animales disecados.
Todo lo que envuelve a la triste ceremonia de la caza, todo a excepción del culto a las armas y del disparo mortal sobre el indefenso animal libre, todo digo es de gran parecido con la rutina que tenemos los amantes de la naturaleza y la fotografía cuando salimos en busca de esos momentos mágicos que trataremos de inmortalizar y compartir, además de saborearlos en su momento presente. Son rutinas parecidas, el madrugar y adentrarse en la naturaleza salvaje, el tratar de no hacer ruido, el adentrase en territorio no humano, el cielo estrellado, el amanecer en la montaña, el frío de la mañana, el termo con el café, el inevitable vértigo inicial cuando se pierde el contacto con la sociedad y se ve uno adentrándose en el silencio del bosque, son todo rutinas casi idénticas y que van paralelas entre el cazador y el fotógrafo, hasta diferenciarse drásticamente en el sonido final, sea del obturador de la máquina de fotos, o sea en el disparo de rifle que pone fin a una vida. No dudo que todo lo que envuelve a la caza, hasta el momento del asesinato, es lo que realmente aman los cazadores en su fuero interno. El resto tiene que obedecer o bien a ese comportamiento enfermizo que decía antes, o bien a los patrones sociales que caracterizan culturalmente a una clase social. Curioso por cierto que los de este segundo grupo sean los mismos que roban de las arcas públicas, los mismos que evaden impuestos, o los mismos que copan los banquillos de acusados por corrupción. Obviamente, son estos mismos los que se empeñan en hacernos creer estos días en que hay un crecimiento masivo de lobos ibéricos, por lo que toda actividad cinegética sobre el noble cánido es perfectamente lícita y bienvenida.
Respecto a este tema, al que ya era especialmente sensible y lo soy más aún tras el viaje a Yellowstone, este enlace:
http://www.efeverde.com/noticias/5-manadas-lobos-sierra-culebra/
Es duro desperezarse y pasar a la acción, pero enseguida comienzan a llegar placeres que no son habituales en el día a día. Preparé un café en la pequeña cafetera de la habitación del hotel, y salí con toda mi cacharrería fotográfica al exterior. Y ahí me esperaba una preciosa luna en cuarto menguante, igual que la de las banderas árabes (desde el hemisferio norte, claro, todo es cuestión de perspectiva), en una noche despejada en la que casi podía uno tocar las estrellas y beberse la vía láctea. El hotel se situaba en Gardinier, justo en la entrada norte del parque de Yellowstone, por lo que en cuestión de minutos estaba ya cruzando la garita de control del parque, vacía a esas horas.
Fuí directamente al Lamar Valley siguiendo la única carretera abierta del parque. El día anterior habíamos visto lobos a gran distancia, así que había que intentarlo de nuevo con el amanecer, que siempre ayuda. Por el camino, al pasar por la zona de Mammoth Hot Springs, vi varios bisontes durmiendo cerca de la carretera, que en un principio creí que eran rocas.
Llegué a Lamar Valley, lo pasé, volví, paré varias veces y llegué a decirme a mi mismo que los lobos tendrían que esperar a otro día. El valle, con la luna menguante, la tenue luz del alba y una niebla baja a ras del suelo, tenía un aspecto onírico, mítico, en el que podría aparecer Arturo o el mago Merlín en cualquier momento.
La carretera circula al pasar por Lamar Valley por la falda de una colina, dejando el valle Lamar en el lado sur, de forma que cuando uno mira hacia el valle desde la carretera, está situado a cierta altura, sobre el desnivel que aún resta de la montaña. Fue ya regresando, con una carretera aún sin tráfico, cuando vi un lobo en la misma zona del valle del día anterior. Lejos otra vez, pero había que disfrutarlo, podía ser el único premio a la madrugada. No fue así. Paré y baje con el teleobjetivo y el trípode, y cuando lo estaba montando me quedé atónito al ver un lobo entre los matorrales próximos a la carretera, a unos 30 metros de mí. Levaba un grueso collar con el emisor de señales de GPS. No pareció asustarse, y lentamente comenzó a bajar el terraplén hacia la llanura del valle, saliéndose de mi campo de visión. Me quedé por unos minutos mirando por el teleobjetivo al primer lobo, único que podía ver, y mirando a mi alrededor, porque no tenía ni idea de donde se había metido el segundo. Al rato, el segundo y otros dos más entraron en el valle, saliendo justo debajo de donde me encontraba yo con la cámara.
Estaban en la parte baja del terraplén que queda entre la carretera y la llanura del valle, por lo que no podía verlos hasta que avanzaban una distancia considerable por el llano. Los tuve por tanto al principio bastante cerca a los tres, aunque sin verlos. Uno de ellos, creo que el segundo que vi, fue a reunirse con el primero. Los otros dos quedaron fuera de nuevo de mi campo de visión, acercándose al terraplén.
Fue este el momento en que comenzó el recital. No se bien si todos los aullidos llegaban de los lobos que había visto, pero tuve la sensación de que algunos llegaban del otro lado del valle. Es dificil diferenciarlos. Fue una de las experiencias más maravillosas de mi vida. Me quedé completamente absorto con el canto coral, de una belleza inmensa, sobrecogedora. La calidad de sonido del video no es buena, pero uno puede hacerse a la idea de lo que fue el momento:
Y después del recital de los lobos, llegó el de los coyotes, desde el bosque al otro lado del llano:
Más fotos de lobos y coyotes de Yellowstone en el álbum Wolves and Coyotes:
2 comment(s)
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Dios… Pelos de punta Luís! Increíble. Sueño con vivir un momento parecido… jeje. Precioso. Mereció la pena el madrugón 😉
Sabía yo que a ti te iba a emocionar también, Manu! Desde luego que mereció la pena, pasaría días sin dormir por repetirlo. Anímate a cruzar el charco y nos vamos a Yellowstone a buscarlos…
Aperta!